martes, 31 de enero de 2012

Sensación

Y entonces esa cosa... fue un sonido. Al principio un rugido apagado y luego como el tam-tam de un tambor cada vez más frecuente, como si una criatura inmensa se me viniera encima lentamente a través de un bosque oscuro y desconocido, golpeando un gigantesco tambor. Y luego se oyó el sonido de otro tambor, como si otro gigante se acercara detrás, concentrado en su propio tambor, sin prestar la mas mínima atención al ritmo del anterior. El sonido se hizo cada vez más fuerte, hasta que pareció no sólo llenar mis oídos sino todos mis sentidos; estaba latiendo en mis labios, mis dedos, en la piel de mis sienes, en mis venas. Un tambor y luego otro tambor; y entonces, de improviso, alzó la muñeca y yo abrí los ojos y, en aquel instante, me tuve que dominar. Me dominé porque me di cuenta de que el tambor había sido mi corazón y el segundo tambor había sido del suyo.
Fue como si fuera la primera vez que podía ver colores y formas. Estaba tan extasiada con los botones de la chaqueta negra que no miré a ninguna otra cosa durante largo rato. Entonces empezó a reírse y escuché su risa como el resonar de un tambor. Era algo confuso, pues cada sonido corría hacia el próximo sonido como la mezcla de resonancias de una campana. Mi capacidad de miedo disminuía con la misma celeridad. Mi extraña sensación de agotamiento me impidió protestar. Quedé hipnotizada por el temblor de sus labios.
Me di cuenta de que no era miedo. Era una extraña toma de conciencia. Y, cuando al fin protesté, en realidad, no lo sentía más. Únicamente lo estaba recordando. Lo tenía como hábito, como una deficiencia de capacidad de reconocer mi libertad actual. Cuando se cubrió el abismo entre los dos, todo perdió su encanto. Una mezcla de confusión y miedo.