martes, 14 de diciembre de 2010

El verdadero sentido de los viajes

Perder tu sentido, salir de tu pequeño mundo cultural, contemplar las cosas con una mirada ajena. Viajamos porque queremos ser otros.
Me resulta curioso constatar una vez más mi pasión por las fronteras remotas: el Polo Norte, una frontera clásica y legendaria que se tragó a muchos de sus exploradores; Alaska, una tierra áspera y crepuscular; Australia, un país chocante en el que la civilización más sofisticada limita con territorios salvajes; el desierto de Bammada, en el Norte de África, un infierno de piedras y alacranes,…
Siempre me han emocionado aquellos lugares en los que te parece estar en el fin del mundo. Claro que existen innumerables fines del mundo, y algunos caen muy cerca. Por ejemplo, a veces me he sentido en un rincón perdido de los Ancares, en León. Por no hablar de “otros fines del mundo” realmente apocalípticos, como las zonas de indigencia suburbana. Esos poblados de chabolas y miseria de las grandes ciudades sí que son unos confines remotos, aunque solo estén a un trayecto de autobús de nuestras casas. Y es que las fronteras más definitivas son las interiores.

Decía SIMONE DE BEAUVOIR que, si vas de viaje una semana a un país, puedes redactar un libro sobre el lugar; si permaneces un año, sólo una breve crónica; y si te quedas una década, eres incapaz de escribir nada. Pero me queda aún por mencionar otra frontera, la más inexorable e inquietante, aquella que viene marcada por la línea del tiempo. Uno puede percibir, si presta suficiente atención, el latido obsesivo de los relojes, la muerte de los días y de las épocas. El mundo cambia constantemente de manera vertiginosa. Y es que, de algún modo, viajar también es enfrentarse a la fugacidad. Los que amamos viajar somos como ese criado de LAS MIL Y UNA NOCHES  que, asustado tras haber visto la Muerte en el mercado, pide prestado un caballo a su amo y escapa (viaja) a Basora; es decir, solemos ser personas que intentamos correr más que nuestras sombras. Huimos del tiempo que nos persigue, en fin, sólo para dirigirnos ciegamente hacia la última frontera.


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