lunes, 13 de diciembre de 2010

PLACER, DOLOR Y PECADO


Estoy contenta a pesar de que algo en mí está fallando. Una pelea interior que se deja mostrar en el exterior con una sonrisa. Una sonrisa que se comporta como la bruja malvada de un cuento de hadas. Impide que salga lo que llevo dentro, obliga a hacer pensar que todo va bien. Mientras, en mi interior, se pelean mis pensamientos como niños que saben perfectamente lo que no pueden hacer, pero lo hacen igual. Precisamente por eso, porque es incorrecto, porque trae consigo consecuencias, pero sabe bien. 

¿Cómo puede saber bien el dolor, lo malo? Nos gusta, me gusta. Y no es el dolor, sino lo que hay antes. Antes, normalmente, hay placer. Un placer que satisface. Un placer que hace pecar. Un placer con identidad propia. Un placer mayor. Un placer menor. Un placer, una satisfacción. Después, el dolor. Un dolor que proviene del placer. Un placer que actúa como la sonrisa mala convirtiendo el dolor en algo insignificante. Por lo tanto, un placer que se refleja con una sonrisa llena de dolor. 
Entonces, ¿sigue siendo realmente el dolor el que nos lleva a tentar al placer? ¿Significa esto que tú eres mi dolor? Obviamente, sí. Pero por esta regla también eres mi placer y no voy a evitar volver a pecar contigo. El placer vale más que el dolor, y tú vales más que el vacío.


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