jueves, 15 de septiembre de 2011

La tristeza


Vas a hacer eso porque te gusto, pero también porque eres alguien que no tolera la tristeza: ni la mía, ni la tuya, ni la de nadie. La tristeza es considerada una anomalía del humor, un dolor contagioso, que es mejor eliminar desde el primer síntoma. ¿No sonreíste hoy? Medicamento. ¿Sentiste las ganas de llorar con toda? Grave, llama ya a tu psiquiatra.
La verdad que yo no me he levantado triste hoy, ni mismo con una suave melancolía, está todo normal. Pero cuando quedo triste, también queda todo normal. Estar triste es algo común, es un sentimiento tan legítimo como la alegría, un registro de nuestra sensibilidad. Estar triste no es estar deprimido.
La depresión es algo mucho más seria, continua y compleja. Estar triste es estar atento a sí mismo, es estar algo cansado de ciertas repeticiones, es descubrir la fragilidad en un día cualquiera, sin una razón aparente- las razones tienen esa manía de ser discretas.
No es bueno sufrir. Pues no, no es bueno. Mejor irse a una discoteca, mejor forzar una sonrisa, mejor decir que todo está bien. “No te quiero ver triste”, susurraba Roberto Carlos en medio de una canción. Todos cantan a la tristeza, pero pocos se enfrentan a los hechos.
Hay días en los que no estamos para samba, rock, hip-hop, y no por ello tenemos que buscar píldoras mágicas para camuflar nuestra introspección, ni aceptar invitaciones oara fiestas en las que no tenemos nada que brindar. Que nos dejen quietos, que la quietud es almacenamiento de fuerza y sabiduría. La gente volverá, porque las personas siempre vuelven, anunciando el fin de más de un dolor –hasta que aparezca el próximo.




miércoles, 14 de septiembre de 2011

La chica del coche azul

Era la semana que antecedía a Navidades. Los coches llenaban las calles, todos queriendo aprovechar una señal verde, un sitio para estacionar, llegar antes al "shopping". Yo era apenas una más entre el tránsito, casi sin mirar para los lados, concentrada en alguna cosa inapreciable. Pero de repente lo que era movimiento y prisa a mi alrededor, paró.
Estaba haciendo el retorno en una gran avenida cuando pasó por mí un coche azul con una chica. La ventana della estaba bajada y no parecía esconder nada: lloraba. No un lloro cualquiera. Lloraba por un dolor agudo, un dolor de respeto, un desbordamiento. Pasó recta por mí y yo concluí mi retorno, y quiso el destino que la próxima señal cerrase y aliñase nuestros coches. Yo al volante del mío, sorprendida; ella al volante del suyo, desmoronando.
Tendría que haber callado pero era casi Navidad, y antes de que el color cambiara, bajé la ventanilla de mi copiloto -sin ningún copiloto- y pregunté: ¿Necesita ayuda?
Mientras, ella miraba a la nada, llorando. Entonces giró la cabeza lentamente y dijo serenamente: Ya va pasando. Y casi sonrió.
¿Para qué iniciar vida nueva con ropa vieja?