Estaba haciendo el retorno en una gran avenida cuando pasó por mí un coche azul con una chica. La ventana della estaba bajada y no parecía esconder nada: lloraba. No un lloro cualquiera. Lloraba por un dolor agudo, un dolor de respeto, un desbordamiento. Pasó recta por mí y yo concluí mi retorno, y quiso el destino que la próxima señal cerrase y aliñase nuestros coches. Yo al volante del mío, sorprendida; ella al volante del suyo, desmoronando.
Tendría que haber callado pero era casi Navidad, y antes de que el color cambiara, bajé la ventanilla de mi copiloto -sin ningún copiloto- y pregunté: ¿Necesita ayuda?
Mientras, ella miraba a la nada, llorando. Entonces giró la cabeza lentamente y dijo serenamente: Ya va pasando. Y casi sonrió.
¿Para qué iniciar vida nueva con ropa vieja?
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