domingo, 2 de diciembre de 2012

El círculo del 99, de Jorge Bucay




Había una vez un rey muy triste que tenía un sirviente que era muy feliz. Todas las mañanas llegaba a traer el desayuno y despertaba al rey, cantando y tarareando alegres canciones de juglares. Una sonrisa se dibujaba en
 su distendida cara y su actitud para con la vida era siempre serena y alegre.

Un día el rey lo mandó a llamar.

- Paje, le dijo - ¿Cuál es el secreto?

- ¿Qué secreto, Majestad?

- ¿Cuál es el secreto de tu alegría?

- No hay ningún secreto, Alteza.

- No me mientas, paje. He mandado a cortar cabezas por ofensas menores que una mentira.

- No le miento, Alteza, no guardo ningún secreto.

- ¿Porqué esta siempre alegre y feliz? Eh, ¿porqué?

- Majestad, no tengo razones para estar triste. Su Alteza me honra permitiéndome atenderlo. Tengo mi esposa y mis hijos viviendo en la casa que la Corte nos ha asignado, somos vestidos y alimentados y además, su Alteza me premia de vez en cuando con algunas monedas para darnos algunos gustos, ¿Cómo no estar feliz?

- Si no me dices ya mismo el secreto, te haré decapitar - dijo el rey. Nadie puede ser feliz por esas razones que has dado.

- Pero, Majestad, no hay secreto. Nada me gustaría mas que complacerlo, pero no hay nada que yo este ocultando...

- ¡Vete, vete antes de que llame al verdugo!

El sirviente sonrió, hizo una reverencia y salió de la habitación. El rey estaba como loco. No consiguió explicarse como el paje estaba feliz viviendo de prestado, usando ropa usada y alimentándose de las sobras de los cortesanos. Cuando se calmó, llamó al más sabio de sus asesores y le contó su conversación de la mañana.

- ¿Porqué él es feliz?

- Ah, Majestad, lo que sucede es que él esta fuera del círculo.

- ¿Fuera del círculo?

- Así es.

- ¿Y eso es lo que lo hace feliz?

- No Majestad, eso es lo que no lo hace infeliz.

- A ver si entiendo, estar en el círculo te hace infeliz.

- Así es.

- ¿Y cómo salió?

- Nunca entró

- ¿Qué círculo es ese?

- El círculo del 99.

- Verdaderamente, no te entiendo nada.

- La única manera para que entendieras, sería mostrártelo en los hechos.

- ¿Cómo?

- Haciendo entrar a tu paje en el círculo.

- Eso, obliguémoslo a entrar.

- No, Alteza, nadie puede obligar a nadie a entrar en el círculo.

- Entonces habrá que engañarlo.

- No hace falta, Su Majestad. Si le damos la oportunidad, él entrará solito.

- ¿Solito? ¿Pero el no se dará cuenta de que eso es su infelicidad?

- Si se dará cuenta.

- ¡Entonces no entrará!

- No lo podrá evitar.

- ¿Dices que el se dará cuenta de la infelicidad que le causará entrar en ese ridículo círculo, y de todos modos entrará en él y no podrá salir?

- Tal cual Majestad; ¿está dispuesto a perder un excelente sirviente para poder entender la estructura del círculo?

- Sí.

- Bien, esta noche te pasaré a buscar. Debes tener preparada una bolsa de cuero con 99 monedas de oro, ni una mas ni una menos.

- ¡99! ¿Qué más? ¿Llevo los guardias por si acaso?

- Nada mas que la bolsa de cuero. Majestad, hasta la noche..

Así fue. Esa noche, el sabio pasó a buscar al rey. Juntos se escurrieron hasta los patios del palacio y se ocultaron, junto a la casa del paje.

Allí esperaron el alba. Cuando dentro de la casa se encendió la primera vela, el hombre sabio agarró la bolsa y le pinchó un papel que decía: "Este tesoro es tuyo. Es el premio por ser un buen hombre. Disfrútalo y no cuentes a nadie como lo encontraste."

Cuando el paje salió, el sabio y el rey espiaban, para ver lo que sucedía. El sirviente vio la bolsa, leyó el papel, agitó la bolsa y al escuchar sonido metálico se estremeció, apretó la bolsa contra el pecho, miró hacia todos lados y cerró la puerta.

El rey y el sabio se arrimaron a la ventana para ver la escena. El sirviente había tirado todo lo que había sobre la mesa y dejado sólo la vela. Se había sentado y había vaciado el contenido en la mesa. Sus ojos no podían creer lo que veían. ¡Era una montaña de monedas de oro! El, que nunca había tocado una de estas monedas, tenía hoy una montaña de ellas para él.

El paje las tocaba y amontonaba, las a acariciaba y hacia brillar la luz de la vela sobre ellas. Las juntaba y desparramaba, hacía pilas de monedas. Así, jugando y jugando empezó a hacer pilas de 10 monedas. Una pila de diez, dos pilas de diez, tres pilas, cuatro, cinco... y mientras sumaba 10, 20,30, 40, 50, 60... hasta que formó la última pila: ¡¡99 monedas!!. Su mirada recorrió la mesa primero, buscando una moneda más; luego en el piso y finalmente en la bolsa. "No puede ser", pensó. Puso la última pila al lado de las otras y confirmó que era mas baja.

- Me robaron -gritó- ¡¡me robaron, malditos!!

Una vez más buscó en la mesa, en el piso, en la bolsa, en sus ropas, sus bolsillos, corrió los muebles, pero no encontró lo que buscaba. Sobre la mesa, como burlándose de él, una montañita resplandeciente le recordaba que había 99 monedas de oro... sólo 99.

- "99 monedas. Es mucho dinero", pensó. - "Pero me falta una moneda. Noventa y nueve no es un número completo" -pensaba- "Cien es un número completo pero noventa y nueve, no."

El rey y su asesor miraban por la ventana. La cara del paje ya no era la misma, estaba con el ceño fruncido y los rasgos tiesos, los ojos se habían vuelto pequeños y arrugados y la boca mostraba un horrible rictus. El sirviente guardó las monedas en la bolsa y mirando para todos lados para ver si alguien de la casa lo veía, escondió la bolsa entre la leña.

Tomo papel y pluma y se sentó a hacer cálculos.

¿Cuánto tiempo tendría que ahorrar el sirviente para comprar su moneda número cien?. Todo el tiempo hablaba solo, en voz alta. Estaba dispuesto a trabajar duro hasta conseguirla. Después, quizás no necesitara trabajar más. Con cien monedas de oro, un hombre puede dejar de trabajar. Con cien monedas de oro un hombre es rico. Con cien monedas se puede vivir tranquilo. Sacó el cálculo. Si trabajaba y ahorraba su salario y algún dinero extra que recibía, en once o doce años juntaría lo necesario.

Sacó las cuentas: sumando su trabajo en el pueblo y el de su esposa, en siete años reuniría el dinero. ¡Era demasiado tiempo! Quizás pudiera llevar al pueblo lo que quedaba de comidas todas las noches y venderlo por unas monedas. De hecho, cuanto menos comieran, más comida habría para vender.

Vender... Vender... Estaba haciendo calor. ¿Para qué tanta ropa de invierno, para qué mas de un par de zapatos? Era un sacrificio, pero en cuatro años de sacrificios llegaría a su moneda cien.

El rey y el sabio volvieron al palacio. El paje había entrado en el círculo del 99.

Durante los siguientes meses, el sirviente siguió sus planes tal como se le ocurrieron aquella noche. Una mañana, el paje entró a la alcoba real golpeando las puertas, refunfuñando de pocas pulgas.

- ¿Qué te pasa?- preguntó el rey de buen modo.

- Nada me pasa, nada me pasa.

- Antes, no hace mucho, reías y cantabas todo el tiempo.

- Hago mi trabajo, ¿no? ¿Que querría su Alteza, que fuera su bufón y su juglar también?

No pasó mucho tiempo antes de que el rey despidiera al sirviente. No era agradable tener un paje que estuviera siempre de mal humor... 

viernes, 30 de noviembre de 2012

El sueño del esclavo




Ya me había olvidado del enfado de aquel día. Sentía que me importaba muchísimo más el tema de la mentira en sí misma. Había estado pensando toda la semana sobre el tema. Redescubriendo mi propia tendencia a mentir, recordando mentiras mías y de otros; y siempre volvía a chequear el concepto que Jorge había sembrado y crecía con fuerza: "Si hay un problema en la mentira, lo tiene el mentiroso."

Voy paseando por un camino solitario. Disfruto del aire, del sol, de los pájaros y del placer de que mis pies me lleven por donde ellos quieran. A un costado del camino encuentro un esclavo durmiendo. Me acerco y descubro que está soñando. Sus palabras, sus gestos... Sé lo que sueña: el esclavo está soñando que es libre. La expresión de su cara refleja paz y serenidad. Me preguntó si debo despertarlo y mostrarle que sólo es un sueño, y que sepa que sigue siendo un esclavo, o si debo dejarlo dormir todo el tiempo que pueda disfrutando aunque sea en sueños, de su realidad fantaseada.

¿Cuál es la respuesta correcta?

...

No supe actuar

sábado, 17 de noviembre de 2012

La decepción



"Comprendo que la mentira es engaño y la verdad no.
Pero a mí me han engañado las dos."
                      Antonio Porchia
Una vez más la decepción moja mi cuerpo con todas las lluvias del cielo derramadas a la vez, y me deja los pies hundidos en el barro sin posibilidad de encarar el camino a seguir.
La decepción es una cortina de humo negro en caída libre sobre la cabeza que te impide ver el otro lado, allí donde aún no se apagó la última estrella iluminada. Te deja el interior en manos del temor por unos días y el corazón engarrotado hasta que de nuevo echa a andar con sangre nueva entrando en sus ventrículos.
Es la sensación de que la vida está diseñada para los demás y que está vetada para ti que sólo debes sentarte a mirar cómo pasa delante de tus narices, sin ni siquiera darte opción a opinar.
La decepción es un escupitajo en la boca cuando esperas un beso con los labios entreabiertos y los ojos cerrados.
Eso es, justo eso es la decepción.


miércoles, 14 de noviembre de 2012

¡Y ella qué sabe!


Y entonces he pensado que si soy capaz de enviarte un mensaje cuando todavía no he terminado de bajar la escalera del portal de la consulta; si soy capaz de volver a escribirte cuando no me has contestado a ninguno de los mensajes que te he escrito desde que nos hemos separado; si soy capaz de seguir pensando en ti cuando en estos tres meses no has tenido un momento para preguntarme qué tal estoy, por lo menos para ver si sigo viva o me he cortado las venas; y si soy capaz de tenerte en la cabeza a pesar de todo, a lo mejor de lo único de lo que realmente estoy segura es de que NO estoy curada. Me parece que he tirado el dinero en la terapia. Genial.




«Porque hay muy pocas posibilidades de que él vuelva a ti», ha dicho la terapeuta. Y encima ha dicho «Primero». «Primero, porque hay muy pocas posibilidades de que él vuelva a ti.» Me lo ha soltado mirándome a los ojos y sin parpadear. Sin oportunidad de réplica, sin que yo haya podido decirle: «¿Y tú qué sabes?» Porque ella qué sabe. No te conoce. Por mucho que en las sesiones yo le haya contado cosas de ti, nunca te ha visto, no sabe cómo eres, ni cómo éramos, ni sabe cuánto nos hemos querido. Ella no te vio el día que me dijiste que teníamos que hablar, porque tenías que decirme algo muy importante. Ella no vio cómo llorabas, cómo te abrazabas a mí bajo la lluvia y me decías que me amabas como nunca habías amado a nadie y que, justo por eso, tenías que dejarme, porque nos estábamos haciendo daño, porque era insostenible, porque ya solamente discutíamos, porque estábamos muy lejos del principio, muy lejos de temblar el uno por el otro, de sentir que el mundo era nuestro, que era de los dos.

miércoles, 20 de junio de 2012

Periodismo

Como en su día nos dijeron:


Existe en los últimos tiempos un runrún interesado, tramposo malicioso y un poco loco sobre lo que es el PERIODISMO. Habréis oído hablar e incluso habréis debatido sobre el periodismo CIUDADANO, el ciudadano avisador, las redes sociales, esa cosa sin fronteras… NO. Es CONTAR las cosas que pasan en el MUNDO desde todos los puntos de vista posibles. Pero eso tiene una carga de RESPONSABILIDAD social. Es verdad que nuestro trabajo es precario, que las presiones son duras. Pero si os gusta, si tenéis interés en contar las cosas dedicaos a esto. Si os queréis hacer millonarios, populares, posar en una revista y esas cosas hay otros OFICIOS también. Se puede trabajar de notario o donde queráis, pero no en esto. Esto está mal, está JODIDO. Vosotros teneis que ayudar a ARREGLARLO. Pero no busquéis EXCUSAS. Es lo que es. Si os gusta y estáis ENAMORADOS, ADELANTE. ¿Y si no?, como decís por esas tierras, vai pro CARALLO!! Hala, SUERTE.





viernes, 8 de junio de 2012

Un pendiente, un mechero, una braga, un corsé, un olor, unas velas, una noche, muchas noches. 


Un coche, un sitio, una carretera, unas vistas, un CD, unas canciones, una noche, cuántas noches.


Una casa, una cama, un juego, una caseta, unas películas, una consola, unas risas, unos ositos, una noche, varias noches.


Un beso, una caricia, una venda, unas fresas, una sensación, un sentimiento, un ritmo, unas sorpresas, una vez, tantas veces.


Tú, yo, pasión. 






viernes, 23 de marzo de 2012

Un verdadero cataclismo químico

La piel se eriza, la respiración se contiene, torrentes de la hormona del placer inundan el sistema circulatorio, las pupilas se dilatan, comienza a escasear el cortisol que regula los grados de estrés, y el pensamiento racional se reduce...conforme crece la pasión crece el deseo.


martes, 31 de enero de 2012

Sensación

Y entonces esa cosa... fue un sonido. Al principio un rugido apagado y luego como el tam-tam de un tambor cada vez más frecuente, como si una criatura inmensa se me viniera encima lentamente a través de un bosque oscuro y desconocido, golpeando un gigantesco tambor. Y luego se oyó el sonido de otro tambor, como si otro gigante se acercara detrás, concentrado en su propio tambor, sin prestar la mas mínima atención al ritmo del anterior. El sonido se hizo cada vez más fuerte, hasta que pareció no sólo llenar mis oídos sino todos mis sentidos; estaba latiendo en mis labios, mis dedos, en la piel de mis sienes, en mis venas. Un tambor y luego otro tambor; y entonces, de improviso, alzó la muñeca y yo abrí los ojos y, en aquel instante, me tuve que dominar. Me dominé porque me di cuenta de que el tambor había sido mi corazón y el segundo tambor había sido del suyo.
Fue como si fuera la primera vez que podía ver colores y formas. Estaba tan extasiada con los botones de la chaqueta negra que no miré a ninguna otra cosa durante largo rato. Entonces empezó a reírse y escuché su risa como el resonar de un tambor. Era algo confuso, pues cada sonido corría hacia el próximo sonido como la mezcla de resonancias de una campana. Mi capacidad de miedo disminuía con la misma celeridad. Mi extraña sensación de agotamiento me impidió protestar. Quedé hipnotizada por el temblor de sus labios.
Me di cuenta de que no era miedo. Era una extraña toma de conciencia. Y, cuando al fin protesté, en realidad, no lo sentía más. Únicamente lo estaba recordando. Lo tenía como hábito, como una deficiencia de capacidad de reconocer mi libertad actual. Cuando se cubrió el abismo entre los dos, todo perdió su encanto. Una mezcla de confusión y miedo.